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AMOR EN EL LAGO

Roscoe, febrero 10 de 1999

 

Querido Luisma:

 

Cumpliendo con el pacto de contarnos todo, te escribo ésta a pocos días de subirme al avión de vuelta a casa, posiblemente llegue yo antes que la carta, pero no quiero que se pierda en mi memoria, ya verás por qué .



Me pregunto si Merlín hizo un conjuro para que este hoy aquí, frente a este lago y este bosque que me poseen casi por completo.

Bajo que misteriosas telarañas entretejidas he llegado hasta este lugar, no lo sé con exactitud, solo se que estoy en una especie de misión interna, de comprender el Yo, el Aquí-Ahora y el dejar fluir…todos peleándose a muerte con los problemas de dinero y los espejismos de una “realidad” que lucha por subsistir.

No sé, cual será la trama de esta historia donde todo mi pasado se diluye en una onda del lago, y todo mi futuro se condensa en una nube que se posó exactamente en la mitad Y descubro que sigo siendo una soñadora, más bien sigo aferrada a ser una soñadora y desprenderme del futuro me ocasiona una tristeza tan profunda como la que me sobrellevaba cuando me aferraba al pasado.

Lo que sí sé, es que estoy aquí para aprender algo que no estaba en los planes de este viaje, este lago me ha mostrado un secreto insospechado y tú sabes que a mi nunca me gustaron los lagos, me parecían un desperdicio de agua quieta, tan diferentes del mar o del río…




Las primeras semanas, fue un simple elemento utilitario: era mi proveedor de agua para los sanitarios y la ducha. Después fue un asunto decorativo, le venia bien al paisaje, presentaba un corte casi exacto entre el jardín y el bosque.

Después cambió… ¿el o yo? Seguramente yo, con certeza él siempre fue así pero no he podido, ni creo que pueda describir como es y tengo la certeza de que si lo hiciera no sería fiel; a veces inclusive creo que este lago es “así” solo para mi y aunque te muestre una foto, no podría decirte lo que siento allí.

Empezó a cambiar un día en que me invito a bañarme, el sol estaba más radiante que nunca en su superficie, ese día era de un azul claro como el cielo, las truchas hacían pequeñas ondas que decían “ven, acércate”, pero cuando lo intentaba me encofraba una barrera: los juncos de la orilla eran altivos, protectores y casi atacantes.

Le di toda la vuelta y encontré un espacio que habían descuidado, entré despacito, con toda la delicadeza posible, tenia miedo de que fuera una trampa, otro espejismo de aquella experiencia.

No lo era, el lago era cónsono con su propuesta inicial, era templado, refrescante, suave, abrazador, sutil, invitador…



Se convirtió en mi amigo, en mi confidente, en mi termómetro y pronosticador del tiempo. Me recibía cada mañana a mi salida del tráiler donde dormía y me mostraba como iba a ser el resto del día: suave, quieto, dulce, soleado, cálido y tranquilo o denso, gris y tormentoso.

Los juncos se doblegaron, entendieron pronto que no iba a hacerles daño, que no tenían que defenderlo de mi, entendieron que solo quería compartir con ellos y que mientras yo estuviera allí, los vecinos del pueblo no vendrían a pescar, cosa que también valoraron las truchas , convivían conmigo en perfecta armonía, saltaban a darme el recibimiento y luego me mostraban el recorrido, pero nunca me tocaron, yo las veía a escasos centímetros, pero ellas sabían donde exactamente caería mi cuerpo en la próxima brazada y desaparecían, para reaparecer instantes después.




Cada mañana cumplíamos el ritual del nado sincronizado (¿has tenido un team de juncos alguna vez?) y cada atardecer me sentaba debajo del único árbol que había en la orilla del jardín y leía o bordaba, hasta que ya no había luz.  A esa hora ya estaba oscuro, silencioso, taciturno, las truchas ya no bailaban, creo que también se iban a dormir.




Así el verano le dio paso al otoño y llego la hora de despedirse y fue esa tarde final cuando sucedió todo.


En esos días había perdido esplendor, era bastante más frío y las truchas alborotadas “sabían” que comenzaba la temporada de pesca, los árboles de la otra orilla dejaban caer sus hojas. Y yo casi no entraba, me limitaba a sentarme en la orilla y chapotear mientras conversábamos. Ese día, como sabiendo que era el ultimo, me gritaba con mas fuerza, como un imán, la simple contemplación no bastaba y cerca de las tres de la tarde sentí que el frío – en ese momento predominante en el ambiente- era más fácil de resistir que la necesidad de entrar a despedirme.




Me fui sumergiendo, al principio lentamente y luego, por el mismo frío, comencé a nadar cada vez más rápido, como ansiosa, hasta que volví al punto de equilibrio de un nado regular, de quien no está apurado, que no tiene que llegar a ninguna parte porque ya está allí, de esos placeres que da nadar por nadar y sentir con exactitud el dejar fluir, como solo se siente en el agua.

Por un momento me detuve, y vi que estaba en el extremo opuesto, lo más lejos que había llegado nunca y me di vuelta, pero en el giro quedé de espalda y regresé haciendo mi juego favorito en el agua: un par de brazadas de espalda, girar, un par de brazadas de frente, girar de nuevo y así voy integrando a mi cuerpo el agua, el cielo y el fluir de ambos.

Esto, lo anterior, me era familiar, lo había experimentado antes, pero “algo” lo hacía diferente, “sintiendo” (que en ese momento no era una palabra cualquiera), más bien es Sintiendo . Experimentarlo, era más que nunca una inmensa alegría que se iba apoderando de mi, era como estar en medio de un remolino del agua, del cielo, del cuerpo y del corazón. Y experimenté el más grande éxtasis de mi vida y disculpa si la comparación es grotesca, pero era una especie de orgasmo, de esos que hacen ver las estrellas y que se quedan en forma de escalofrío en el cuerpo y el corazón late con fuerza.

No quería salir de allí, nunca había sentido nada más lindo y pensé que salir era romperlo, pero cayó la tarde, Pablo esperaba para irnos a la ciudad y tuve que abandonarlo, pero él no me abandonó a mi, la sensación permaneció intacta durante muchísimo tiempo.



Cuando volví, todo había cambiado, el invierno lo convirtió en una hermosa pista de patinaje, blanco, estático, solo, parecía sin vida. Al acercarme, pude oírlo latir debajo del hielo, cerré los ojos y volví a sentir aquella sensación, tal vez algo contaminada por el recuerdo. Me quedé todo lo quieta que el frio me dejaba y fue ahí, en este encuentro, donde hice la comprensión: esa es la razón por la que confundimos frecuentemente el sexo con amor, la sensación es tan (taaan) de libertad, de soltar TODO que no podemos atribuirla a nada menos que al amor y, por ende, a la persona con quien vivimos la experiencia. ¡Si a eso le sumamos que las mujeres hemos vivido con la etiqueta de solo se puede disfrutar él sexo con amor… Zas! ¡Enganchadas!  

Creo que es un poco loco decir que “el orgasmo es una Alerta profundo natural” pero palabras más o menos, es lo que estoy diciendo, tal vez por eso no te lo conté antes, ni siquiera había escrito de esto hasta que recibí el mensaje de nuevo aun y a través del hielo. Al mismo tiempo, descubrir que se puede soltar así en cualquier actividad, ha sido liberador, es como tener un nuevo conocimiento “pragmático-espiritual”.

 

Bueno, ya ves, sigo fiel a nuestra causa: cada viaje un nuevo aprendizaje, aunque esta vez el descubrimiento no tiene que ver con mi relación con Pablo, sino con un nuevo amor…del que él no está celoso para nada, je,je

Un fuerte abrazo te seguro te daré en persona.



 Epilogo: Desde entonces han pasado muchas cosas, el lago ha cambiado frente a mi y en mis ausencias y un verano, mucho más tarde, me despedí del lago, de Pablo y de los Catskils, con Pablo sigo hablando todavía, con el lago…creo que también.


Todas las fotos pertenecen a ®pablovette69

 

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