Si alguien me hubiera dicho en aquel momento el concepto de Diversidad mi respuesta seria "Ah, eso es como mi liceo en Cumana" . En aquel momento era una experiencia integral de muuuchos aprendizajes. Para empezar, la sensación de “crecer” que da entrar al liceo, es como si se pudiera marcar el momento justo en que se deja de ser chico y, cuando finalmente sucedió, superó mis expectativas, recuerdo los tres primeros años del Ciclo Básico como “fantásticos”. desde toda perspectiva.
Banqué tranquila el típico (e insistente) discurso de “con el liceo vienen más responsabilidades”, porque sabía que estudiar no era tan complicado y que igual valía la pena. El primero de liceo me resultó más fácil que esos últimos años de primaria, en los que me sentía atrapada entre repeticiones de conocimientos matemáticos y falta de aventuras literarias, ese bucle final de Montevideo -Maracaibo-Cumaná me había dado más repetición que innovación.
Por ejemplo, la primera vez que leí “Platero y yo”, en Montevideo, me encariñé con el burrito, alguna lagrimilla solté, pero después de tanta repetición, ya no me movía más que bostezos de aburrimiento. En el opuesto, cuando la maestra habló del clásico venezolano, “Doña Barbara” me entusiasmé con las explicaciones que ella dio, pero al leerle me pareció una historia cruel, donde el triunfo final del amor era ínfimo comparado con la cantidad de páginas de maltrato, ambición y sacrificios que me habían ocupado. Mostraba, además ciertas “realidades” de la adolescencia de aquella chica que, al día de hoy me parecen terribles y prefiero no leer sobre eso, no te digo a los doce años lo que sentía.
En esta nueva etapa, no me fue mucho mejor con la literatura, yo tenía la ilusión de que ahora si nos iban a mandar a leer Grandes Libros, pero no era tan así, mi liceo, por ejemplo , llevaba el nombre de un poeta sucrense: Cruz Salmerón Acosta y la poesía no era mi genero, yo quería cuentos, hazañas , aventuras... Por suerte lo encontré en las clases de historia, que ya no iba de memorizar fechas, sino de las aventuras de los próceres, y de ser más universal que local, o la geografía, que me acercaba cada vez más a mis ganas de conocer el mundo. De verdad que ese sistema de tener un profesor para cada materia, daba distintas voces y presentaba opciones alternativas maravillosas.
Pero este relato, no va de “qué aprendemos en el liceo sino con el liceo ”, tal vez un día escriba de eso, pero solo si encuentro interacción en los lectores y lo escribimos juntos, ¿ta?. Para mí, lo más importante que tuvo el liceo fue que ahí comencé a percibir la tan “cacareada” libertad que me traería mi vida en ese país. Por ejemplo, se acabó el transporte escolar, ahora iba caminando sola, que si te ponés a pensar dada la cuesta donde estaba mi liceo, tendría que haber extrañado el transporte escolar, pero no, en cambio me sentía Independiente, si , en mayúscula y subrayado me sentía como si en realidad lo fuera, ja,ja .
Escuchar que en Venezuela solo hay dos estaciones “fresco seco y cálido lluvioso”, fue recurrente y por supuesto, lo estudié en la escuela, pero en el liceo ya no se mencionaba: se sentía. Iba comprendiendo, aun sin este análisis evidentemente posterior, que había estado en una especie de burbuja de colegios privados y gente con coche, ahora el liceo público me acercaba a la asimilación de este clima, como parte de mi vida.
Claro que en Cumaná, la parte de “fresco” te la quedan debiendo, y ni bien llega abril, la lluvia se presenta puntual, torrencial y despiadada, muy especialmente cuando la nueva “vida independiente” implicaba ir al liceo caminando. Convengamos que, en ese punto, quería ser más cumanesa que hija de uruguayos, a mis padres no le entraba en la cabeza que ahí las personas no usaran equipo para lluvia y como consecuencia, se justificaran con la lluvia para faltar a sus trabajos y responsabilidades. Yo no se “exactamente por qué” nadie usaba paraguas, botas de lluvia o impermeables en aquel lugar, pero lo que sí sabía es que no iba a ser la única en usarlos, así que, con ayuda de mis nuevas amistades, hacia trampa. Salía de casa con impermeable o paraguas, (las botas de lluvia por suerte ya me quedaban chicas) y me quedaba en el departamento de abajo hasta que la lluvia parara, comprendo hoy que la lluvia fue causante del primer lazo fuerte que me unió a las familias venezolanas.
Entre mis compañeros había personas provenientes de las familias de mayor posición social, con apellidos de “fundadores”, también personas de posición económica, sin gran apellido, y compañeros de otros estratos socio-económicos, que en realidad se parecían más al de mi familia, salvo por el hecho de que yo, aunque no me quedaba casi nada de acento, tenía aún voces y una tipología de extranjera innegable. Vamos, una ensalada social espectacular dando como resultado que tan pronto un día mi compañera de apellido Badaraco me invitaba a una fiesta de disfraces en una casa perteneciente a la historia de la ciudad, como mi compañera Raíza me invitaba a juntarnos en la plaza Bolívar a comer helados mientras escuchábamos la retreta del pueblo. Apenas dos ejemplos de extremos reales de esas mezclas amorosas que se daban en aquel lugar y en una Venezuela previa al nuevo siglo, y a riesgo de sonar exagerada puedo decir que todos mis compañeros eran amigables.
Pero fue la lluvia, como les decía, la que me llevó a tener una “mejor amiga”, amistad que traspasó, no solo nuestros años en aquella ciudad, sino que se extendió a toda la familia. Ana Isabel Padrón Azocar, con nombre de tele-culebra venezolana, porte de amazonas, apellido de famosos de verdad y, al mismo tiempo famosa por tener la capacidad de decir las palabras obscenas más rebuscadas de todos los tiempos, fue mi mejor amiga en todos los años que viví en Venezuela, pero en aquella época fue mi lazarillo y compinche de las travesuras de adolescente.
Ana Isabel merece un Gran capitulo en mi vida, y no es la única, créanme que en paralelo sigo trabajando en la descripción de personajes tan impactantes como importantes en mi paso por ese país. Pero, por ahora, digamos que nuestras familias fuimos de las primeras en mudarse a esos edificios, y Marta Elena Padrón, su hermana, era mi compañera de clase , así que muy pronto íbamos y veníamos juntas del liceo y obvio, cuando me obligaban a salir con el equipo de lluvia, yo paraba en su casa , allí me quedaba, hasta el ”momento justo” en que la lluvia nos dejaba salir, entendiendo que en algunos casos nunca salíamos y me quedaba todo el rato , conociendo esta familia “venezolana pura”, sin mezclas de emigrantes y con costumbres autóctonas.
Si tuviera que darle un título a esa actividad, seria “Clases privadas de integración en días de lluvia tropical”, eso como parte del “pensum” de conocimientos del primer año de liceo en la Cumaná de los 70, puerta a la libertad.
Ah y para los que preguntan, no abandoné la Historia de Amor, todo esto forma parte de ella, aun sin saberlo.
Nota : le iba a titular “ Lo que la lluvia trajo” pero debe de haber unas cuantas cosas medio cursilonas con ese titulo, ¿no? Sobre las fotos ¡que difícil ché! Lamento que este no tenga mucha ilustración , espero que te guste leer, porque de foto, no hay mucho.
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