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CONFESIONES OTOÑALES

Cada cambio de estación parece tener una tormenta implícita y este otoño no es una excepción, estuvimos bajo agua por cuatro días, (no se imaginan como he agradecido haberme escapado a la playa ese jueves que les conté). Pero hoy tuvimos una tregua, no es que “amaneció verano otra vez”, pero al menos paró la lluvia y pudimos salir sin tanto bagaje.



Ni bien abrí la puerta la vi en la entrada, pensé: “Parece que no soy la única que tiene resistencia al cambio. Esta pequeña vino a buscar refugio en nuestra casa” Seguí mirándola y pensando: “¿Cómo rayos hiciste para meterte ahí? Si, obvio que te ayudó el viento, pero mirá que nivel de cálculo hay que tener para hacer esto, no solo tu casita esta algo alejada, sino que aun sin el enrejado, costaría que llegaras hasta ahí.”


La fui empujando lentamente a ver si alcanzaba el siguiente tramo mientras seguía manteniendo un dialogo interno con ella para que aguantara sin romperse.






-¿Por qué no querés romperla? - Preguntó una voz a mis espaldas, al parecer yo no había estado solo pensando, sentí algo de bochorno y como la situación resultaba difícil de explicar, opté por normalizarla “Quiero salvarla”

- ¿De qué?, si ya está muerta”.  Me descolocó, yo no había pensado en eso, seguí “normalizando”

 -No sé, pero fíjate todo lo que hizo para no caer en la calle donde iba a ser barrida de inmediato, debe haber dado unas cuantas vueltas antes de encontrar este refugio.

-Entonces no la saques.  Dijo la voz que seguía a mis espaldas porque yo no me atrevía a mirarle a la cara.

-Pero si la dejo ahí alguien la va a sacar y tirar a la basura.

- Ya está muerta. - insistió. – Estaba muerta cuando cayó, por la falta de savia, fíjate que ni siquiera es amarillenta, sino marrón.

- ¿Eso que tiene que ver? Ella podía caer muerta al pie del árbol y servirle, pero se vino hasta acá porque sabe que, en la ciudad, las hojas del suelo se barren.

- Entonces ¿tu idea es sacarla y ponerla al pie del árbol?

Eso tampoco lo había pensado, pero rápidamente dije – Si, la iba a poner debajo del árbolito de mi patio para abonarlo.

-Pero para eso no importa si está rota o sana, pero bueno, te ayudo.

Se acercó y pude ver que era el niño del piso de arriba, tuve que haberlo adivinado, él puso sus delgados dedos entre la reja y el vidrio, liberándola en segundos. Me la dio y subió corriendo las escaleras hacia su vivienda.

– Chau, ¡suerte con eso!

-  ¿Con qué? Dije, ya no estaba a la vista, pero gritó

- Con el compost o lo que sea que vas a hacer para tu árbol.

Me quedé con la hoja en la mano sin saber que hacer, me había inventado todo lo que le dije al niño, su lógica me había avergonzado.




Vi una hoja en una puerta y me hice una novela completa, quería “salvarla” sin saber de qué o para qué, solo era un impulso con una novela en la cabeza.

El niño fue bastante más pragmático, entendía por qué estaba muerta y no veía sentido a cambiar el curso ni siquiera a no romperla, pero una vez que encontró el propósito, accionó sin mucha explicación. Además, me recordó un par de cosas del ciclo de vida de la naturaleza.

Entré de vuelta a dejar la hoja al pie del árbol y de paso, escribí en mi cuaderno de notas diarias: “Tengo que revisar mi dificultad para aceptar naturalmente los procesos de cambio.  Mi “yo salvador” no se conectó, solo siguió un impulso. Lucas me dio una gran lección.  (Hablé con una hoja seca, pero eso no se lo voy a contar al terapeuta).




 


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