Venezuela tiene casi 3000 km de costas en el Mar Caribe, pero, hasta que no llegas a oriente no lo has visto bien. Eso nos dijeron en nuestro primer paseo a la playa de Cumaná en julio de 1973 y no demoramos en concordar con la apreciación.
Estoy segura que acabo de escribir una frase exagerada, fanática y controversial para cualquier venezolano que no sea de oriente, pero la tengo muy argumentada:
Si trazamos una línea recta imaginaria en el Caribe venezolano, el centro estaría en “Maiquetía, Aeropuerto Internacional sirviendo a la ciudad de Caracas” (Me divierte decirlo con la frase de las azafatas, incomprensible para mí en aquel primer vuelo y muchos años después recibida con verdadero afecto). Esa línea, prosigo, nos muestra prácticamente la misma cantidad de playas a cada lado, sin embargo, al oeste los lugares accesibles están distanciados entre sí y con diferentes vías de acceso. En oriente es a la inversa, si quieres tomar un vehículo y salir desde Maiquetía hasta el punto final donde el Caribe se junta con el Atlántico, y ver o visitar cada playa, se puede hacer con muy pocos puntos de excepción.
“Eso no lo hace menos Caribe”, vendrá rápido el contrargumento occidental
Es cierto, pero hay otras cosas que hacen a oriente “más caribe” y si ahora estuviera escribiendo una nota sobre economía, sería una apreciación inversa: el desarrollo urbanístico de esa “línea occidental” es muy superior al de la parte oriental, donde hay menos ciudades y más pueblos. Lo cual era fácil de probar: en ese momento no había en oriente ni una sola autopista, mientras en occidente eran la vía regular de comunicación terrestre.
Nota de color: 30 años después se completaron 50 km de la Autopista de Oriente, representado aproximadamente el 10 % del total de la ruta, con el agravante de que los 50km no eran corridos, sino pequeñas obras de 10 a 15 km de gobiernos regionales.
El resultado es que Oriente era menos interrumpido por el progreso, más virgen y más autóctono. Puedo imaginar las “vocecitas occidentales” refutando todos mis argumentos, con mucho derecho y propiedad, además. Pero hay algo que hizo, definitivamente distinto nuestro ingreso como familia a esa parte del caribe venezolano: la gente.
No sé si la gente de oriente le daba la calma al lugar o el lugar le daba la calma a la gente, me incliné por lo segundo el día que escuché a un amigo caraqueño decir “acá en oriente hasta los perros son lentos”. Escuché teorías mucho más profundas, aclaro, pero esa era muy gráfica.
Las personas eran cálidas, despreocupadas, amigables, sencillas, muy tranquilas y todos los adjetivos que se te ocurra relacionar con un estado de calma perenne que, para ser muy honestos tendía a desesperar a los extranjeros que habitaban la zona. Imagino que, si Mc Ferrin hubiera estado ahí en esa época, podría haber escrito antes su famosa “Don´t Worry, Be Happy” que nos alegró una década después. El carácter de la gente venia incluido con la calma y la belleza del lugar, pero la verdad es que muy pocos foráneos aceptaban ese Todo como una bendición completa, mi padre fue uno de esos, aunque no lo definía con esa expresión, sus argumentos eran más bien antropológicas, pero tenía la cualidad de no quejarse de lo que no era “perfecto”.
Al mismo tiempo, en casa había un no tan tácito “prohibido extrañar” y mi madre, tampoco se quejaba, decía que estaba agradecida de tener ese departamento que nos prestaron, y su trabajo, pero no estaba tan encantada y esto se evidenciaba cada vez que llovía: ella se sentía en Macondo y lloraba con la lluvia, que no tenía escapatoria en las calles sin desagües, muchas aun sin pavimento. Sobre todo, porque cuando llovía no podía ir caminando a su trabajo y debía usar el improvisado transporte público de “carritos por puesto” (*) que, por muchas razones, no le gustaba nada.
Si llovía en fin de semana, mi padre nos hacia asomar por la ventana y donde las tres veíamos un inmenso barrial, él nos hacia esperar para mostrarnos la velocidad con que, al terminar el chaparrón, el agua desaparecía rápidamente, le emocionaba la “magia del caribe con su perenne clima tropical”.
A ese momento la mayoría de las calles de la ciudad no estaban asfaltadas , eran de pedregullo e inclusive de tierra y esto resultaba incomprensible para mi madre ya que muchas eran grandes casas de lujo y la nuestra, siendo humilde, lo estaba. Así mismo le impresionaban los coches de lujo de nuestros vecinos, casi más caros que la misma vivienda de interés social.
Lo cierto es que aquellos primeros seis meses en Cumaná fueron una montaña rusa de emociones, en su gran mayoría muy gratas para mi hermana y para mi, que aún después de mudados al pequeño departamento, seguíamos saliendo con las primas Rocha para todos lados, nos venían a buscar, nos invitaban y nos presentaban a sus amigos. Adicionalmente íbamos conociendo gente en el colegio y descubriendo esa geografía que tenía impactado a mi padre. Él daba muchos argumentos, pero el principal era su salud: desde que pisó esa tierra nunca más sufrió un ataque de asma, ni enfermedad alguna, ese estado le duró varias décadas. A nosotros nos parecía raro que procesara todo tan rápido , que realmente no extrañara , pero que no se enfermara eran un alivio importante para las tres.
Demoré mucho en comprender que en realidad él no había procesado, solo tapado, pero al mismo tiempo nos mostró continuamente que su amor por aquella tierra era autóctono, por encima de lo que intentaba tapar. Mi madre no la tuvo tan fácil como nosotros y sé que sus lágrimas eran mucho más frecuentes que las que mostraba en los días de lluvia, pero lo que más me impresionaba de su proceso era que en Montevideo la playa era su lugar natural y no parecía encontrarse a gusto con el Caribe, en su caso demoré mucho más en comprender lo que quería tapar.
Hay muchas historias bonitas de su paso por esas tierras, y de las grandes amistades que hicieron ambos en ese trascurrir, pero la mejor es que se transformaron de “ateos declarados” en fieles creyentes de un Dios amoroso.
¿Realmente pienso que solo en el oriente venezolano se ve bien el Caribe? No, de hecho, nunca lo pensé, pero me divierte mucho ese pique amoroso de una tierra bendita, a pesar de algunas apariencias. Además eso fue trampa, porque si leyeron las previas saben que antes de Cumaná, del Caribe occidental yo solo conocía el tramo de El Palito a Morón, (creo que no llega a 20 km) Y si se fijan en la primera imagen que coloqué del mapa hay un punto rojo en el centro, en medio del Mar: es el archipiélago de Los Roques, está justo en el medio, pero no está dividiendo sino centrando, como si fuera La Capital del Mar Caribe venezolano, tan bendito como su tierra , aunque a veces las apariencias nos engañen .
Créditos de fotografías :
Mochima : (3 fotos) Ralek Caston
Urbanización Bermúdez : Mi Bella Cumaná
Gran Roque: De Juan Valero
Comments