Se requiere de, al menos, un leve toque de nostalgia para mirar la lluvia. No se puede uno recostar en el marco de la ventana a ver las gotas caer, si no se está un poco triste, preocupado o, al menos, de ánimo caído, pues no tiene ninguna gracia, mirar la lluvia despreocupada, no hay romanticismo, ni cursilería alguna en ese acto.
Es imprescindible tener a mano una buena dosis de recuerdos de la infancia y, de ser posible, alguna que otra pena de amor ambientada en el húmedo contexto.
Una vez que se encuentra en el estado emocional adecuado sería ideal disponer de una taza de café humeante en la mano – también serviría de chocolate o un buen té aromático. Entonces, con el escenario preparado, puede usted dejarse llevar: se asoma a la ventana, recuesta despacio la cara en el marco y mientras sostiene la taza con ambas manos comienza a mirar la escena, al principio parece simplemente lluvia, pero en pocos minutos vera como, de cada gota, cuelga un recuerdo, una imagen.
Ingiera el contenido de la taza muy lentamente y una vez terminado, ya no sabrá ni en que estaba pensando y el tiempo transcurrido será exactamente el suficiente para que de nuevo la lluvia se convierta en un acto temperamental de la naturaleza, a la que, justo hoy que yo tenía tanto que hacer en la calle, se le ocurrió iniciar la temporada.
Nota: Si la locación es una Gran Ciudad Latinoamericana y el día es lunes, se puede suprimir la nostalgia por una breve imagen de la ciudad congestionada, con veredas rotas y calles llenas de coches tocando claxon, alguno que otro charco desbordado, esto será suficiente para lograr al instante el estado de ánimo indicado, con algunas variaciones del original quizás, pero muy eficiente.
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