Entre los años 1945 y 1946, a finales de la segunda guerra mundial, el psicoanalista austríaco, discípulo de Freud, René Spitz, describió el llamado síndrome de hospitalismo, o depresión anaclítica. A partir de los obvios estragos que deja una guerra a su paso, muchos niños de distintas edades quedaron huérfanos después de la segunda guerra. Spitz observó en un orfanato cómo niños pequeños, que a pesar de ser sus necesidades fisiológicas atendidas a cabalidad, enfermaban y hasta morían mostrando los mismos síntomas. Los niños que se salvaban eran aquellos que eran reunidos con sus madres o que habían recibido afecto y cuidados maternos por alguna sustituta. La conclusión de las observaciones de Spitz es que los niños pequeños pueden recibir todas las atenciones fisiológicas necesarias pero la prolongada carencia de afecto no hace posible su sobrevivencia.
Si, somos animales racionales como algunos afirman, pero antes que nada somos animales afectivos.
Vivimos por los afectos, sufrimos por los afectos y somos dichosos por los afectos.
¿Por qué habría de ser diferente en las relaciones terapéuticas? Si bien las profesiones de ayuda establecen relaciones de tipo formal, son finalmente ejecutadas y recibidas por seres afectivos.
Toda relación terapéutica, no importa su naturaleza, debería estar basada en el afecto, no en la erudición.
El conocimiento debe estar al servicio del amor hacia lo humano.
Font
Luis Borjas : lb.desarrollopersonal
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