No tenía más de 13 años cuando escuché hablar de Juan Salvador Gaviota, mi primo Hugo, artista plástico hizo una serie de cuadros que tituló “Aquí y ahora” y acompañó con frases alegóricas, salvo porque todos tenían de protagonista a una gaviota, yo no entendía Nada.
Entendía, claro está las imágenes, adoraba los colores que había usado y en mi contexto valoraba la parte artística, pero no podía comprender su obsesión con el animalito, ni mucho menos el contenido filosófico que ponía en sus frases descriptivas.
Él explicaba que había leído un libro que “le voló la cabeza” en la comprensión de que no existían ni el espacio ni el tiempo, había decidido dedicarse a proyectar eso en su pintura desde las formas más elementales a las más sutiles.
Más explicaba, menos entendía y en el desesperado intento de saber cómo mantener un dialogo con él, procedí a leer el libro de inmediato. No era muy larga y me lo leí en tiempo récord, cayendo presa de fascinación con la historia de la pequeña gaviota, pero no puedo decir que comprendí lo del tiempo ni el espacio, de hecho, esa parte me pareció fantasiosa.
El primer impacto que Juan Salvador Gaviota despertó en mí, tenia que ver con el hecho de que a esas alturas yo ya estaba intuitivamente segura de que la vida era mucho más que “seguir a la bandada siendo una gaviota normal que solo vuela para comer”.
Mi hermana menor hablaba menos que yo, pero ahora creo que entendía más o al menos siempre estuvo muy compenetrada con el primo, así que, al siguiente día, deseché la salida con mis amigas y me uní a su paseo. Pasamos ese y los próximos días que duró su estancia yendo con el primo a todos los lugares donde se concentraban las gaviotas, que, en una ciudad pesquera, eran muchos. Ochi descubría las más increíbles posiciones de las Gaviotas y Hugo las fotografiaba , yo los seguía , pensando, más bien reafirmando que un día iba a ser reportera del mundo libre.
No sé cuantos años demoré en comprender que aquel era un libro filosófico, mi padre se indignaba cuando le atribuíamos esa cualidad, seguí leyendo al autor inclusive cuando mis compañeros de la universidad decían que eso no era literatura, pero mucho más tarde, cuando las librerías lo catalogaron de “Autoayuda”, lo compraba con cierta discreción, aún me traía conflictos ser “distinta” a la bandada.
Hoy, estoy muy segura de que cuando el primo Hugo me dio ese libro, cambió el curso de mi vida, y yo lo daría como lectura obligada para adolescentes de todos los tiempos. Y no es que recuerde tooodo lo que dice el libro, ni siquiera como concluye, pero si que fue una invitación clara para seguir buscando algo más que la aparente seguridad de lo conocido.
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