Dice Alfredo Bryce Echenique: “no hay manera de comprender lo positivo si no cuentas antes la crisis negativa en la que te hallabas cuando lo vives”. Hoy sé que todos los acontecimientos de mi vida anterior no fueron negativos ni positivos y solo sucedieron para que yo llegara hasta ahí. Aquel fin de año de 1993 llegué a Solonia con una instrucción simple: “Cuando llegues a Santa Elena de Uairén , tomas el camino al Paují, sigues como si fueras a Ikabaru y a menos de 100 km esta Solonia”.¡Se dice fácil!
Entre los 2000 km que me separaban de Santa Elena, los dos pre-adolescentes que me acompañaban, la soledad de esas carreteras , mi falta de experiencia conduciendo en rutas rusticas, podemos entender que llegar ahí sin sufrir un infarto de miedo, fue de por si un Milagro.
Dos días más tarde ,participaba en mi primer taller en el pequeño salón, y
“ por azar” fui la primera a la que Carlos Medina preguntó por qué estaba ahí , me lancé tratando de resumir : “Hace años que busco como ordenar mi vida en paz, he pasado de hacer talleres de análisis transaccional a estudiar psicología clínica y ahora entiendo cómo pasó todo en mi vida, pero no se cómo arreglarlo, también he incursionado en muchas religiones y en todas me sucede lo mismo : me hablan de un Dios Incondicional al que le debo condicionamientos , sacrificios y abandonos de lo que soy., dándole de nuevo la razón a mis padres Ateos. Me siento desahuciada, si no lo encuentro aquí, no sé dónde está”.
Aún tengo grabada la sonrisa de certeza de Carlucho cuando terminé de hablar.
Solo minutos después, en la ronda de participantes, le tocó hablar a mi tocaya , estaba ahí después de haber experimentado la ilusión de un cáncer al que había trasmutado en el perdón. Mis oídos no daban crédito, sentí vergüenza de haber usado la palabra desahuciada para mis tonterías. Me entregué por completo a la experiencia de escuchar aquel grupo dividido entre personas que ya habían experimentado Aprendiendo a Ser , como aquella pareja encantadora que pasaba su luna de miel en Solonia o , al contrario, la mamá y el hermano de Margot , que parecían estar ahí solo para mostrarme la cara de mi desconfianza.
Al terminar, acompañé a Carlos a Ikabaru, aproveché todo el regreso para un interrogatorio: ¿en serio no tenía que hacer nada más que seguir haciendo esos ejercicios de perdón? ¿En serio no tenía que vestirme de blanco, prender velas, dejar de comer carne o caminar hasta la Meca? El reía y me mostraba que yo podía hacer todo aquello o no, según sintiera… Aprender a Ser era Aprender a Sentir, dijo que buscara el libro de Un Curso de Milagros.
¿La primer sanación después de esa semana?
En el camino regreso se fueron presentando: el hombre que apareció de la nada para desenterrar mi jeep, la chalana dejó de dar miedo, escuchar las conclusiones de los chicos que habían aparentado no tener interés en entrar a los grupos, la sonrisa de mi madre al recibirnos en oposición al enojo que tenía cuando nos fuimos, ver sanar a mi pequeña con un trabajo de perdón. Lo mío no fue “una sanación”… sino una detrás de otra.
Al día de hoy, he entrado y salido de la ilusión, experimentando y sintiendo, ¿la diferencia? Nunca más busqué caminos, ni mucho menos me sentí “desahuciada” o dependiente de "tener que hacer cosas", a veces me distraigo un poco, pero desde entonces siento la certeza del regreso a casa.
Ah, por cierto, “casualmente” ese año cumplí 33 años…
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