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Foto del escritorPatfix

PRIMERA MIGRACION

Actualizado: 19 feb



La buena fama ganada por mi barrio resulta ahora más consistente que en mi infancia, Punta Carretas, este hermoso barrio de Montevideo en los 60`s se destacaba por dos estructuras importantes, separados entre sí por apenas una cuadra:  la Cárcel y el Club de Golf ¿habrá extremos más representativos de los polos de una sociedad latinoamericana?

Ese pudo haber sido el indicio claro de lo que se estaba gestando en el país y en los tempranos `70 se desbordó: guerrilla, militarización, división del estado, de los políticos y de la sociedad.

Mi familia no estuvo exenta, dos claros bandos acabaron con los asados del domingo, los ñoquis del 29, los juegos de pokino con la estufa bajo la mesa en invierno, las casatas de Cantegril en verano y todo absolutamente todo lo que había marcado nuestra unión familiar, inclusive las fogosas peleas por el futbol, se terminó. La pérdida más grande fue la ausencia de mi hermano, he intentado reconstruir la historia, pero jamás pude encontrar la relación entre su ausencia y el contexto, tal vez fue solo una casualidad.



Vista del departamento de la calle Laguna
Mudanza a Laguna,Pocitos

Lo cierto es que mi padre vendió la gran casa y nos instalamos en un departamento moderno y hermoso, con vecinos muy gratos que terminaron siendo la nueva familia.  Mi hermana y yo ganamos un montón con esta mudanza: además de nuevos amigos,  como la escuela quedaba más lejos, ahora íbamos en ómnibus con la mayoría de los compañeros, el club quedaba más cerca y podíamos ir a actividades más días a la semana, para el primer verano nos habían creado un mundo en el que dejamos de extrañar tanto a la familia.

Sin embargo, pasaron cosas fuertes  ,entre otras, comenzó la censura en las comunicaciones, para los grandes fue fuerte, nosotros los menores ya estábamos acostumbrados a que no se pudiera hablar de muchos temas, pero lo que si nos sorprendió fue que la música de fondo se fue apagando y los libros desapareciendo de las bibliotecas, también estaban prohibidos, aunque no nos decían eso.

Ahí tomé la costumbre de espiar de noche detrás de las puertas, para escuchar lo que estaba pasando y no puedo decir que lo entendía todo, solo pescaba cosas que le preguntaba luego a Umma mi madrina y ella, que siempre me había tratado como persona, me explicaba lo que pasaba en el país, lo que si no hizo nunca fue explicar las divisiones de la familia, eso lo evadía.

Cuando escuché que la tía Mary me reglaba un pasaje para ir a Venezuela el próximo verano me sentí muy dichosa, iba a pasar 21 días con mis primos, además conocería el lago más grande de América, el mar Caribe, la Caracas de Piero, las torres de petróleo y hasta vería a los indígenas Guajiros personalmente. Yo era tan traga en esa época que ya me estaba imaginando que cuando comenzara de nuevo la escuela iba a hacer la mejor exposición de “¿Qué hiciste este verano?” pensaba inclusive “Ojalá tengamos plata para revelar muchas fotos”.

Más se acercaba el viaje, menos podía dormir, así que espiaba más y recuerdo con claridad la llamada nocturna en la que papá les decía a los tíos que él iba a ir conmigo, la mayor parte de la conversación fue en una especie de clave, así que no entendí las razones, pero eso me sacaba un poco el miedo del avión sobre el Amazonas.

No voy a contarles hoy lo maravilloso que fue aquel viaje, porque sería un capítulo aparte, me voy a detener en la última semana, esa noche en que me desperté por el frio, hasta hoy no comprendo la necesidad de que los aires acondicionados de Maracaibo sean tan fuertes como para revertir una estación, así que con frecuencia me despertaba y tenía que salir al balcón “a tomar aire caliente” , pero esa noche , ni bien salí del cuarto que compartía con mi prima escuché voces y me quedé en la puerta.  Avancé muy lentamente por el pasillo y escuché a papá hablar con Tío Hugo, hablaban de su vuelta, no a Montevideo, sino el ir y volver a Venezuela a vivir.



Estallido , foto Daniela Alvarez
Estallido, foto Daniela Alvarez

Fue tan grande el impacto que volví a meterme en el cuarto, me emocionaba vivir cerca de los primos, pero también me entristecía dejar Montevideo, tendría que preguntarles como hicieron ellos para acostumbrarse, igual faltaba mucho para eso y algo podía cambiar.

Y cambió, de una forma brutal, de hecho, no haber escuchado toda la conversación de esa noche hizo que el golpe fuera más duro: papá se fue para volver, pero yo me quedé, me explicaron cosas que en ese primer momento creí entender, todavía no extrañaba nada y la estaba pasando bien, pero pasados los días fui comprendiendo y… no hay palabras bonitas para lo que sentí: era la primera vez que lo experimentaba, pero era contundente, era odio.

Todo cambió, por un lado, nos mudamos a una gran casa en un barrio privado más alejado ( “urbanización”, me corregían , “los barrios son de los pobres”¿? ) también mis primos habían retomado las clases en el liceo ( colegio, me volvían a corregir) ahí no era vacaciones largas de verano sino cortas de navidad , los grandes iban a trabajar y yo aprendí a mirar telenovelas con la señora colombiana que trabajaba en la casa, eso no lo odié, pero extrañaba mi escuela.  



Mi maleta

Mientras vaciaba la valija para poner la ropa en su nuevo lugar, encontré en el fondo una única abandonada muñeca y la abracé fuerte, escuché las palabras de mi madre “total, ya sos grande y no las vas a precisar”, era cierto que ni me había acordado de mis muñecas durante el viaje, pero esa no fue la razón por la que este año irían todas en el donativo al Hospital de Niños. Me mintió. Y seguramente cuando puso esa exagerada cantidad de ropa en mi valija, también mintió,  la odié.





La fascinante historia de Venezuela se convirtió en un bodrio cuando era lo único que podía estudiar y cuando me dijeron que no podía saludar con un beso a la profe particular, ni tratarla de “vos” sino de usted, no entendí los códigos de los ya no tan simpáticos caribeños.

La próxima persona que hizo un chiste con mi acento ya no me parecía graciosa, y le odié, casi tanto como al primer tonto que me dijo que su música favorita eran las gaitas o la niña cuya lectura atrevida era Corín Tellado. ¿Y así querían que tuviera mis propios amigos?

Los cómodos coches de mi familia se volvieron odiosos cuando en la rutina eran imprescindibles no podía andar sola en transporte público, porque ni siquiera había suficientes en la zona residencial donde vivíamos.

Los grandes supermercados se volvieron odiosos cuando comprendí que no había un almacén cerca , solo una casucha enrejada que llamaban “bodega” y cuando pregunté si podía seguir con mis clases de natación me dijeron que eso era muy caro, no había Club de Barrio, los que habíamos visto eran Clubs privados, ni siquiera había cines de barrio y a pesar del calor abrumador, tampoco había heladerías de barrio.  ¿De que servía el mar Caribe y el verano todo el año si no podías disfrutarlo?  

Todo, absolutamente todo en aquel país dependía de andar en coche y del tiempo de quienes los manejaban, que terminaba siendo nulo para las tonterías que quería aquella niña que, además, no valoraba lo que le estaban dando en un país democrático y libre. (¿?)


Tal era mi tristeza que decidieron enviarme a la escuela, aún con el año escolar por la mitad, eso me emocionó mucho, tendría una vida normal, soñé contenta día y noche mientras hacían los tramites. Hasta que la realidad me llevó a un colegio de monjas solo para niñas disfrazadas con sus uniformes grises de monjitas en gestación, al que debía ir en transporte privado.



Pisadas, foto Daniela Alvarez
Desorientada, foto Daniela Alvarez

Lejos de alegrarme, se me agrandó la confusión, todas las cosas lindas que decían de Venezuela podían ser ciertas, pero ¿de que servían si no podían vivir una vida normal?  No solo había perdido mi casa, mi cuarto, mis muñecas, mis libros y mis amigos sin poder despedirme de ellos, había perdido la libertad de moverme en mi barrio, me sentía presa.

Ahí comencé a mentir: les dije a las monjitas que yo no sabía ni el Padre Nuestro y que tendría que convencerme de que Dios existía. Lo hice solo por fastidiar, ya que para ese momento yo no tenía dudas de la existencia de Dios, porque abierta y claramente, lo odiaba por haberme abandonado allí.


Y a partir de ahí la mentira se convirtió en hábito y cuando me sentía culpable por mentir me decía que era una herramienta de supervivencia (bueno, esa es una traducción muy elaborada para lo que pensaba a los 11 años, pero iba por ahí mi justificación). Me hice dos compinches en el cole que me apoyaron las mentiras para pasarla bien y tanto mentí que cuando mis padres y hermana llegaron de vuelta les hice creer que me encantaba mi vida, hasta me hice la canchera con mi hermanita haciéndole creer que ahí “todo era “chévere”, (repetir esa palabra, incomprensible para ella, me hacía sentir superada, fuerte). 


Al paso de los días había adoptado completamente esa actitud, no me importaba nada excepto andar con mis compinches , y mentía lo necesario para lograrlo. Pero una tarde nos repitieron el discurso de “este es su nuevo país y les tiene que gustar porque no hay marcha atrás, ustedes se deben adaptar a Venezuela y no Venezuela a ustedes” tuve una turbulencia interna importante, creo que hasta ese momento sostenía dentro de mi la esperanza de que íbamos a volver.  Esa noche volví a hablar con Dios como si no lo odiara, lloré mucho, todo lo bajito que pude, pidiéndole ayuda. Le pedí perdón por mentir, le prometí cosas que no recuerdo bien, pero fueron muchas promesas a cambio de que me devolviera mi vida.

Desperté más temprano de lo normal para un domingo , Segura que algo iba a pasar me fui acercando al comedor y comencé a escuchar parte de una conversación entre adultos, enseguida tomé una improvisada e intuitiva posición de espiar : no era la única que la pasaba mal, a mis padres también les estaba costando mucho esa adaptación y también a ellos les estaban consolando con la libertad.  Me fui corriendo al patio y vi a mi hermanita jugando sola , yo creí que dormía, asustada seguí hasta el fondo y volví a hablar con Dios, esta vez le dije que no quería sufrir más, ni verlos sufrir a ellos, le hice una rara promesa: me iba a adaptar tanto que parecería venezolana, nadie más iba a tener quejas mías pero por favor , que nuestra vida volviera a ser la de antes.



Un paisaje de nuestra nueva vida
Nueva Vida, foto Daniela Alvarez

Al final del desayuno llamaron sorpresivamente a la puerta, era Dios que traía su respuesta con toda una familia de ángeles, aún cuando en ese momento no tenía idea de eso, sentí la emoción de ese encuentro como si lo supiera. No lo llamé así, pero Ese fue un Milagro, no nos volvimos a Uruguay, pero esta familia cambió el rumbo de nuestra migración y de toda nuestra relación con Venezuela. Nuestra vida no volvió a ser la de antes, se convirtió en otra linda vida, al menos por los próximos años.



Nota : las fotos son de Daniela Alvarez ( salvo la del mapa de Google, claro)  

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