El recorrido entre Puerto La Cruz y Cumaná es un continuo concierto de suspiros, bien sea del susto por los precipicios, las curvas y los “experimentados” impacientes del volante o del asombro por las postales que se dejan ver asomando lo que hay al pie de la montaña, no hay escapatoria, no podés transitar por ahí sin que se te mueva algo. A veces inclusive, un suspiro cambia de formato en segundos: en una pronunciada y estrecha curva aparece de pronto la imagen y ya no sabés si estas en el paraíso o en el infierno, y al revés también. Alguna vez llegué a pensar que no arreglaban la carretera para no perder el efecto, quien sabe…
El suspiro más intenso, que te obliga a parar en el único pedacito de tierra disponible del lado de la costa, es Mochima. Ahí entendés por qué Tía Mary decía que Mochima era una de las cinco bahías más hermosas del mundo, entendiendo que para cuando la escuchaba ella conocía mucho mundo y yo escasamente podía definir una bahía por los conceptos aprendidos en la clase de geografía. Ese primer viaje tuvo muchas expectativas, “Mo-chi-ma”, ese, como tantos otros nombres locales, nos hacían gracia y, aunque era fácil lo decíamos en sílabas, fue mi hermanita quien preguntó qué significaba: “Tierra de muchas aguas” en voz Caribe dijo alguien y nos miramos con más expectativas. Habíamos visto ya muchas playas hermosas, se hacía difícil imaginar algo distinto (¡Cuánto nos faltaba por ver de aquel país!)-
La verdad es que entre que el fin de semana el tráfico disminuye y que nos hicieron levantar de madrugada, llegar al cartelito que indicaba la entrada a la playa fue mucho más rápido y con menos susto de lo esperado. Se nos hizo raro, si, que no nos paráramos a mirarle desde arriba ni a comer empanadas en la carretera, pero más raro resultó que al llegar al cartel los conductores (éramos una verdadera caravana) entraran por un camino de tierra, alargado de expectativas, que subía y bajaba, desembocando en una pequeña población Inimaginable para nosotros.
El pueblo de Mochima, entonces a poco tiempo de ser decretado Parque Nacional, era una población de dos calles, un montón de lugares de venta de comida y muchos terrenos para aparcar los coches de los visitantes. Al sur la montaña los protegía y al norte, desde allí apenas se vislumbraba el mar completamente calmado y con los coloridos botes haciendo sus danzas de ida y venida.
“Se lo cuido, señor, se lo cuido” decían los pequeños que se acercaron a ofrecernos sus servicios de cuidadores y negociaban hábilmente con nuestros anfitriones que no tenían como objetivo ahorrar dinero de “vigilancia”, sino establecer dialogo con aquellos ocurrentes personajes. A medida que avanzábamos se acercaban hombres ofreciendo sus servicios, yo no entendía casi nada de lo que decían, la “traductora” me indicó que ofrecían el servicio de botes o de comida en sus chiringuitos, que nuestros amigos “guías” declinaban con amabilidad, porque ellos tenían ya sus favoritos habituales.
Al llegar al indicado, después de cálidos saludos, nos dieron nuestro desayuno de empanadas con café o refresco y no voy a describir como eran esas empanadas porque no hay manera de hacerlo , solo si has estado en el oriente venezolano puedes conocer el sabor de una empanada de harina de maíz, rellena de distintos tipos de pescado recién salido del mar. Bueno , si has estado ahí y te has podido olvidar de todos los pre-concpetos del uso debido del aceite para freír, y de las condiciones “aprobadas” para una cocina comercial, cosa que a mi madre le llevó años lograr y que nosotros veníamos practicando en Cumaná con Mariel , experta en encontrar los mejores lugares autóctonos. Pero te aclaro, aun si has comido otras similares, no son tan buenas como las de Mochima. (chistecito para los margariteños y los del ferry puerto la cruz, difícil pelea )
Después del desayuno y de dejar previamente encargado el almuerzo-cena, nos fuimos al muelle donde dos botes nos esperaban ya con nuestras cavas y sombrillas acomodadas. Era la primera vez que me subía a un bote y aunque toda la racionalidad decía que lo más que me podía pasar era mojarme un poco, ese primer saltito del muelle al bote, me daba miedo, inmediatamente fue disipado con la mano firme del conductor que me ayudó a subir, pero ojo, esa sensación irracional la he sentido, hasta hoy, cada vez que debo abordar una embarcación.
Estaba previamente acordado que nos dieran un paseo completo antes de ir a la playa seleccionada y en ese recorrido va cobrando sentido el nombre, Mochima, perfecto resumen indígena para aquella tierra de aguas que cambiaban de color a cada vuelta del “camino”, espumas de aguas salpicando los rostros sorprendidos, aguas tranquilas en las ensenadas y crudas en el mar abierto que implicaba cruzar para recorrer hasta la ultima vuelta que escondía una playa inimaginable, aguas que comían montañas y abrían espacios subterráneos para las especies de colores , aguas a las que el hombre local había aprendido a rendirse con destreza para depositarnos sanos, salvos y fascinados en una playa que nos esperaba solitaria, con blanquísima arena y algunos arbustos, bien resguardaditos por la montaña. (También había lagartijas y quizás alguna iguana, pero no me enteré)
Montamos “campamento” hablando como loros, no parábamos de comentar lo increíble de aquel primer viaje, preguntábamos sin realmente oír las respuestas al mismo tiempo que seguíamos rápidas instrucciones para liberarnos.
Describir las acciones de ese primer día en Playa Blanca sería algo así como una rueda: bañarse, ponerse protector, volver al agua, salir a comer algo rápido, volver a bañarse , buscar algo para tomar en el agua, dar una recorrida por la orilla , volver bañarse , recoger las cosas porque ya venía el bote a buscarnos y darse otro baño de despedida antes de subir que , dicho sea de paso, no era tan simple sin el muelle, je,je .
Si es importante confesar que en algún punto no especifico cuando bajó la euforia, miré todo el escenario desde el agua y sentí algo de miedo, ya no había botes transitando y en la playa solo estábamos nosotros, el trato con los boteros había sido muy amigable pero bastante informal, nadie anotaba nada en ningún lado ¿y si se olvidaban de nosotros? ¿y si se confundían de playa? Recuerdo que me confesé con una de las chicas, me miró con cara extrañada y me dijo “Eso no va a pasar” y se marchó sin darme ni siquiera un inventado argumento, solo la certeza. No se cuanta consciencia tuve de la decisión que tomé de creerle, sin darme tampoco a mí misma ningún argumento, pero el miedo pasó y seguí disfrutando.
Vi cambiar Mochima en estructura pero no lo suficiente como para perder cualidades, dicen que sus pobladores ahora son distintos, pero me cuesta creerlo, o prefiero quedarme con lo que sentí en cada visita, Mochima, entre otras cosas, fue el lugar donde escribí Momentos mucho tiempo después.
Y a riesgo de parecer hoy un promotor turístico te recomendaría que no te pierdas tu momento en Mochima tierra de muchas aguas.
Fotos : Ralek Caston
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